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Foto del escritorSandrillaP

Diez

Actualizado: 11 oct 2022

En horas de la tarde, mientras asistía a la fuerza a un retiro espiritual organizado por el colegio en el que trabajaba, el dedo índice de mi mano derecha comenzó a hincharse. Minutos más tarde, el meñique tomó un color entre rojo y morado y moverlo era incluso doloroso. Un par de horas después, una migraña incontrolable, la peor migraña que he tenido en toda mi vida, por poco me hace perder la conciencia. Estábamos en una eucaristía en ese momento, y recuerdo que estando de pie, me alejaba de la realidad. Por segundos no reconocía el lugar y una compañera que estaba a mi lado se burlaba pensando quizá, que lo mío era mera pereza.


Así fue su llegada. Así comenzó mi historia a su lado. Una historia que cumple ya 10 años y que perdurará hasta el día de mi muerte. Les presento formalmente, a mi amigo Lupus.



El 5 de abril de 2009 arrancaba la Semana Santa. Luego de llegar a casa a eso de las 6:00 de la tarde, me tiré a la cama y entre zumbidos y la migraña, recuerdo que lloraba sin entender por qué. Dolía, sí, y mucho, pero sentía que algo ese día estaba conmigo. Algo que me hacía sentir extraña, triste, dolorida... eran diversas emociones a la vez.


Al día siguiente, los dedos estaban cada vez más hinchados. Dolía la mano derecha y la muñeca estaba inflamada. Una vez más renegué en voz alta por aquel retiro. Un retiro en un lugar precioso, con un clima agradable, con vegetación hermosa, bien cuidada; sin embargo, yo solo percibía silencio perturbador, aburrimiento, monjas enclaustradas y oraciones sin sentido.


Con los días, el dolor era cada vez mayor. Dolían los brazos, los hombros, las rodillas, los tobillos y la cadera, Me costaba tomar un lápiz, teclear en el computador; me cansaba sentaba, de pie, incluso acostada.


Sin dudarlo, mi hermana que es médico afirmó que era una artritis, pero para tener un diagnóstico en concreto, me llevó donde un internista amigo suyo. En ese momento, me costaba caminar; los zapatos no me entraban, el dolor en la columna era indescriptible y llevaba varias noches durmiendo muy mal. Luego de un minucioso exámen físico, tomó una hoja y escribió en letras grandes, LES; puso abajo su firma y se lo entregó a mi hermana.


LES. Fue la primera vez que vi esa palabra. ¿Era acaso la sigla de un medicamento? ¿Era una enfermedad? No debía ser algo muy bueno, pues mi hermana estuvo muy callada el resto del camino. Me pusieron algo para el dolor, pero ese día en realidad, no supe qué tenía.


Le preguntaba con insistencia a mi hermana, pero ella decía que era como una artritis pero un poquito más agresiva. Que comenzáramos a ver un reumatólogo pronto y que por favor, no buscara en Google nada sobre LES porque iba a encontrar ideas distorsionadas. Que yo sabía como era Internet, que la mitad era mentira o exageración...


No ha sido fácil. Han sido 10 años de cambios físicos, de emociones fuertes, de medicamentos de todas las formas y colores, de miedos, de frustraciones, de pensamientos relacionados con la muerte, pero ante todo, de aprendizaje.


Si hoy, 10 años después, tuviese la oportunidad de estar en ese lugar y de vivenciar el ayuno, la oración, la meditación, la eucaristía, y cada una de las actividades que se organizaron aquella vez para darle inicio a la Semana Mayor, mi percepción sería totalmente diferente. El desprecio hacia Dios, la queja constante, el fastidio por la belleza espiritual de cada uno de sus pasillos... ¡Nada de eso queda!


Lo que sí sigue siendo parte de mi, es el lupus.

Ahora él vive conmigo, porque yo ya no vivo con él. Él se adapta a mi; ha entendido que su dominio terminó, que es él quien debe sujetarse a mis condiciones. Que a pesar de los cambios físicos, la caída del cabello y los kilos ganados, ¡me siento divina! Que mi calidad de vida no depende de él, sino de mis acciones y pensamientos.


Creo que debe sentirse aburrido algunas veces; no debe ser bueno para él, saber que no le dejo gobernar mis emociones y que por eso, mi cuerpo ya no duele. Que cada vez necesito menos medicamentos y que cada día es más difícil sucumbir a él. Debe sentirse frustrado porque no le dejo hacer su trabajo. Lo siento, lupus. Son 10 años ya. Me manipulaste mucho tiempo, pero finalmente, ahora tengo el control y no tengo intenciones de cederlo.


A pesar de ello, me alegro de hayas aparecido en mi vida. Te agradezco por enseñarme tanto.


¡Feliz aniversario!





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