¡A un pelo de lograrlo!
Un año y tantos meses de esta última crisis lúpica, que parecen más. Solo la paciencia y la seguridad de que lo logré una vez y lo podré hacer de nuevo, me han permitido ingeniármelas para vivir bordeando la normalidad, a pesar de todas las cicatrices físicas que aún no logran repararse por completo. Pero hoy, puedo decir, ¡que estoy a un pelo de un gran cambio!
Uno de los aspectos más positivos de esta última crisis, es el equipo médico que tengo a mi lado. Es como si se hubiesen juntado los mejores especialistas de la ciudad, del departamento y algunos, reconocidos en todo el país. En esta ocasión me voy a referir a mi dermatóloga,
Cuando el lupus atacó de forma tan agresiva mi piel, cabello y uñas, fue un golpe bajo, de esos que emocionalmente lastiman; ver quebrar mis uñas desde la raiz, vivir con una foliculitis en las piernas por un buen tiempo en el que no he podido usar de nuevo faldas o vestidos cortos y ver cómo mi cabello se cae tan solo por tocarlo, son situaciones duras para cualquier mujer. Mi dermatóloga ha puesto todo su empeño en mejorarlas y poco a poco y de nuevo, con mucha paciencia, las uñas han recobrado su fortaleza, la piel está cada vez más suave, menos manchada y mi cabello... bueno, ese es el aspecto que más nos ha costado.
He sido diagnosticada con alopecia androgénica, muy común en pacientes con lupus en la que se produce una pérdida de cabello difusa en la región superior del cuero cabelludo. Aunque se ha intentado con tónicos, entre otros medicamentos, ha sido difícil frenarla; confieso que al principio, en noviembre o diciembre del 2018, pensé en tomar una tijera y cortarme todo el cabello. Mientras me atacaba el insomnio, pensaba en una peluca natural, en un gorro, en raparme y cada uno de estos pensamientos me generaba ansiedad y dolores musculares.
Contarlo suena sencillo, pero fueron meses de honda depresión, de odiar el espejo, de evitar la vida social, porque aparte de la alopecia, estaban los demás cambios físicos a causa de los corticoides. En serio, no fue fácil.
Hace unos años había pasado por la misma situación, así que sé que el cabello volverá en algún momento. Pero esta vez todo ha sido más lento, y de hecho, ya tengo un diagnóstico que se debe resolver. Hace dos semanas que me someto a infiltraciones capilares, un tratamiento en el que se intentan revitalizar los folículos pilosos, mejorar la microcirculación sanguínea e incrementar el grosor y volumen del cabello. Cada 8 días, mi dermatóloga pone microinyecciones directamente en el cuero cabelludo con una aguja muy pequeña; la sensación es similar a la de un piquete de zancudo, ¡pero en cantidades!
Se espera que en 3 semanas, comiencen a notarse los resultados, y aunque sé que esto lleva tiempo, estoy a poco de lograrlo. La primera vez fueron casi 3 años para volver a tener un 90% de mi cabello, así que estoy dispuesta a seguirme sometiendo a este tratamiento sin queja alguna.
¿Se nota la alopecia?
Si se nota, ya no me importa. Aunque intento peinarme de una manera que cubra parte de la zona sin cabello, para evitar ser vista como un bicho raro por aquellos que aún se sorprenden por estas diferencias, mi atención a esta situación se redujo consierablemente. Al contrario, me miro en el espejo, me cepillo cada noche antes de dormir y sonrío mientras visualizo el día en que tenga de nuevo mi cabello.
El pasado sábado, mi doctora me dió además una buena noticia. Dijo que no había problema en tinturarme o aplicarme algún champú sin amoniaco que me diera ese tono rojizo que tanto extraño. En serio, sé que vamos por buen camino.
Estos golpes a la vanidad son tan fuertes que intentan agotar la paciencia. Son tan inesperados que comienzas a valorar cada pequeño logro; antes renegaba porque me salían un par de canas, hoy solo espero que haya cabello, blanco, negro, ondulado, ¡como sea!
Me quedan 2 infiltraciones más, un par de semanas para ver nacer y crecer pelitos gruesos, un año o dos para tener un cabello voluminoso y toda una vida para disfrutarlo, poco o mucho.
Los frutos de la paciencia.
Comments