Cinco horas de historias
Ayer tuve la segunda dosis de la vacuna Pfizer. Una larga fila repleta de personas de todas las edades demostraba que está avanzando la vacunación en el país y que pese a la propaganda negativa y de tintes conspirativos, la gente prefiere vacunarse. Lo malo del día de ayer, la demora; cinco horas que no calculé y en las que desordené mis horarios de medicamentos. Lo bueno, se aprende un montón cuando se observa a los demás. Es posible hallar en un lugar como este, personas de diferentes perfiles; una ciudad entera reunida en un mismo sitio, personajes para una próxima telenovela. La realidad y la ficción mezcladas de manera perfecta.
Turno 357.
Un pedazo de cartón que me entregaron a la entrada indicaba la cantidad de paciencia que debía tener todo aquel que entrara al recinto. 357, un bonito número alejado del que gritaba la auxiliar de enfermería al fondo: "¡número 223!"
He aquí la primera razón por la que decidí escribir hoy. Ante semejante diferencia numérica, cada quien asume una actitud distinta. ¿Cuál sería la suya?
Pesimista vs. Optimista. Una señora de unos cincuenta años estuvo la mayor parte del tiempo a mi lado. Me pidió un lapicero para completar el formulario de vacunación, que según ella, nadie llenaba. Su turno, el 389, de acuerdo a sus cálculos, era una eternidad. Se burló de mi optimismo cuando en son de charla le dije que calculaba dos horas más para terminar el proceso. ¡"Qué mujer tan optimista! nada le sale mal, ¿no?". Lástima que mi sonrisa se ocultó en el tapabocas.
El médico de pacotilla. Este personaje no falla. Está en cualquier lugar, zona, límite, estrato o espacio imaginado. Cambia de sexo y edad. En este caso, la señora Pesimista, además tenía este rol. Tomó su teléfono, se bajó el tapabocas y realizó al rededor de cinco llamadas. A cada uno le contó en altavoz que estuvo en cita médica antes de venir a vacunarse, le dijeron que tenía una hernia, pero ella no iba a dejar "tocarse" porque "si se toca se riega". Se va a poner la segunda dosis pero en el mismo brazo porque "si cambia, dicen que se tuerce"; ya tenía demasiado con "estar marcada y ser hija de satanás al vacunarse". Médico de pacotilla e hija de los infiernos. Lamentable supuesto destino el de esta señora.
El impaciente. ¡"Increíble que solo dos enfermeras estén vacunando!", "Esta fila no avanza", "¡El 298 no está, llame al siguiente!", "Me vine sin desayunar y ahora quién sabe cuántas horas perdidas aquí". Los impacientes tienen algo en común: se quejan por todo. La inconformidad hace que la espera sea más larga, que el minutero no avance, que se sienta sed, hambre, que los mosquitos patones aparecidos de algún rincón le piquen solo a él. Una gran cantidad de impacientes no aguantaron las cinco horas. Decidieron ir a otro centro de vacunación, volver mañana con la esperanza de encontrar un sitio deshabitado o regresar a otra hora. Al impaciente se le pierde el papel del turno, hace llamadas a gritos contando la inaudita situación para llamar la atención y cada queja es un minuto triplicado de espera. Son aquellos que dejan a medias cualquier tratamiento médico porque al primer mes no han visto resultados. A metros con los impacientes.
La influencer. Desde la fila que doblaba la esquina, esta señora obesa acompañada de su esposo, tomó el celular y decidió evidenciar cada minuto de la larga espera. Se paseaba incluso con la linterna de su celular encendida y recorría los pasillos en donde, de pie, sentados o recostados en un muro, permanecíamos atentos al llamado del número asignado. A las pocas horas, buscaba con afán un enchufe para cargar su aparato y seguir la transmisión. ¿Qué quería evidenciar? nunca supe su verdadera intención, quizás una vacuna contra una pandemia es digna de recordar de la misma manera en que yo registro mis bajones de peso o cada vez que crece un cabello nuevo.
La lectora. En alguna red social apareceré yo, la única persona con un libro en la mano. El bicho raro del lugar. La que prefirió sumergirse en una historia y otro tipo de personajes mientras el tiempo pasaba, la señora filmaba y un señor bien acomodado en una silla con su celular a todo volumen, amenazaba con turbar mi concentración.
A esta lista de perfiles se une el que espera paciente creando camaradería, la que posa para la foto al momento de vacunarse, el que alega que lo peor de esta vacuna es no poder tomar licor unos días, el que olvida medir las distancias establecidas, el que duerme mientras llega su turno, la que aprovechó la media hora del almuerzo para la vacuna sin contar con la larga espera, el que teme a las agujas y el que se valió de su amistad con la enfermera y terminó vacunándose primero que yo.
Gente de todas las edades y profesiones. A simple vista, la mayoría luce saludable y aún así, buscan alguna minúscula razón para quejarse. Nadie creería que esta Optimista, se quejó durante mucho tiempo del clima, la hora, el ruido, el olor y las multitudes.
¿Hay que esperar la llegada de una enfermedad crónica para dejar la queja, evitar el alcohol, aumentar la asepsia, tomarse la vida con calma, interesarse por la lectura, entender la medicina como una ciencia seria y mantener la buena actitud?
En serio, ¿usted a qué perfil pertenece?
Me encantan sus anécdotas que siempre llevan a una reflexión.