Te portaste muy bien
Actualizado: 6 abr 2023
En 2020 justo en esta misma semana me encontraba sola en un hospital, sometiéndome a una biopsia de riñón con la posibilidad de un resultado que me enviaría directo a la diálisis; nunca tuve miedo a morir, sin embargo sabía que el día que me dieran la boleta de salida sería el día cero de un par de años en recuperación.
La pandemia ya me tenía agotada; nos encontrábamos en los primeros meses, desconocíamos cuántos más deberíamos permanecer con tapabocas, limpieza extrema y sin contacto físico. Fueron días de soledad necesarios en aquella habitación, en las que pude leer al menos tres libros de aquellos que esperaban en fila en mi biblioteca. Aproveché esas tardes que se me hacían eternas, para escribir y dibujar; algunas noches tuve sueños extraños que intenté descifrar en los largos momentos de ocio y los plasmé en las hojas de un block rayado que me llevó una de mis grandes amigas. En pandemia y ahora, con un nuevo diagnóstico renal, era lógico que se venían meses de muchos cambios físicos, de aquellos en los que la paciencia era clave.
Salí del encierro de la clínica, con los brazos y muñecas morados e hinchados debido a las tres cánulas que mantuve en ellos durante la semana. Tenía el cabello tan débil que con solo tocarlo mis manos quedaban con un par de pelos. Supe que vendrían meses duros y por primera vez sentí que la pandemia me favorecía. Nadie llegaría a mi apartamento a visitarme, ninguno de los curiosos que aparecen solo en momentos de enfermedad llegarían a contarme historias de cómo el señor amigo de su amigo sobrevivió con la bebida milagrosa o como la hermana de la vecina murió porque el riñón dejó de funcionar. Por primera y única vez, amé la pandemia. Cuidarme con tranquilidad, sin riesgo a esos momentos de socialización inoportunos, se convirtió en mi prioridad y el logro final sería sencillamente sobrevivir.
Fueron dos años de constante repetición mental: voy a viajar a.... voy a visitar a... me reencontraré con... apenas pueda, ayudaré a...
He tenido la fortuna de salir pronto de cada crisis lúpica; en promedio, cada año y medio todo vuelve a estar bien, pero, es un tiempo de planes fallidos, cancelados, mente variable con momentos de llanto e insomnio, subidas y bajadas de peso, comentarios imprudentes, cuidados excesivos y un optimismo esperanzador de que apenas todo pase, podré recuperar de alguna forma los días y meses mal aprovechados.
A veces siento que por lo menos tengo ocho años menos de edad, ocho años de retraso en planes, en oportunidades; ocho años menos de vida. Y ahora que me encuentro tomando menos medicamentos, que he bajado 8 kilos de peso, que mi cabello está creciendo, que la cara ya no es redonda debido a los corticoides, que la fatiga es tan solo un recuerdo, que duermo bien, que camino al menos una hora sin esfuerzo, que el lupus está bajo control y que el riñón comienza a portarse divinamente, he decidio aprovechar cada salida de casa, cada reencuentro con amigos o compañeros de trabajo, mantener comunicación diaria con quienes me importan, comprar aquel libro aunque sea costoso, escribir y participar en cuanta convocatoria existe aunque no salga favorecida, ayudar desde otros puntos a la labor social con los perros y gatos rescatados, escuchar música y cantar a viva voz aunque esté sola en casa, abrazar más, vivir más.
No sé cuántas recaídas falten, tres, cuatro o una fatal; desconozco el año, el mes y el momento exacto en que comience de nuevo ese día cero; porque me repito constantemente que no aguantaré una más, que no la deseo, que quisiera que la del 2020 con pandemia incluida fuese la gran última, la final, la que de manera milagrosa me volvió inmune a los ataques del Sr. Lupus. Mi gran imaginación me lleva a pensar que fueron simples pruebas de paciencia y que lo que me resta de vida será más tranquilo. Mi optimismo esperanzador me lleva a recrear días sin dolor, de muchas sonrisas y grandes logros que finalmente no me quedaron grandes, pero en el fondo sé que nada será tan fácil.
Se supone que escribiría hoy sobre lo bien que me sentí la semana pasada en la feria del libro presencial que esperé durante dos años; fueron días en los que hice fila, me enfrenté a la agorafobia reiterativa desde la pandemia y la vencí; afronté cambios de clima sin mayores consecuencias y fui feliz, en especial, el último día. Pero cuando me siento frente al computador, no siempre termino escribiendo lo planeado, algunas veces, las palabras se acomodan de distinta forma y me desvían.
Te has portado muy bien, Sr. Lupus. Sigue descansando, no hay afán. Prometo que pondré todo de mi parte para que no despiertes.
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