Fase 2: enfado
Soportar la fase de la negación mientras vives sola, es más duro aún. Me negaba a la realidad y me obligaba a continuar actuando en mis roles como si en un par de semanas todo fuese a terminar. Continuaba despertando a las 4:45 de la mañana para ir a trabajar, me bañaba con agua fría, manejaba los mismos estados de ánimo, no modifiqué mis hábitos alimenticios y vivía bajo la misma soledad. MI ego infundado por mi nivel de estudios, mi conocimiento y calidad económica, me impedían siquiera tener una charla con personas ajenas a mi trabajo con quienes pudiera encontrar respuestas. Me alejé de mis amigos de toda la vida, evité que se enteraran de mi situación y digería sola cualquier dolor, frustración, duda o pensamiento que cruzara por mi cabeza.
La negación comenzó a mezclarse con enfado.
Me molestaba despertar con dolores, cansarme en el trabajo, sentir sueño todo el día. Empecé a entender que negar mi realidad no era el mejor camino. Era obvio que solo era el inicio y cada mes, alguna novedad lúpica me sorprendía. Cada semana un síntoma diferente en mi mente o en mi cuerpo, me indicaban que debía aprender sobre esta enfermedad crónica para poder lidiar con ella. No lo hicé.
Me irritaba con facilidad con mis alumnos y mis compañeros de trabajo, con mi familia y con la pareja que tenía en aquel momento; esta última, no fue en aquel momento alguien que me ayudara en el proceso, sin embargo, con terquedad evité que se alejara. Me resultaba complicado manejar tantas emociones y siempre culpaba al lupus, a ese intruso que me complicaba la vida. Al vivir sola, era dificil contar con alguien que pudiera estar cerca de mi y que por lo menos, entendiera un poco más que yo sobre la enfermedad. En mi soledad, lloraba con facilidad y me preguntaba con insistencia, ¿por qué a mi? ¿por qué yo, que tenía mi vida planeada? ¿por qué yo, que no me meto con nadie...
¡Ese tal Dios no existe!...
Me cuestionaba su existencia y su aparente maldad con mi familia: primero mis abuelitos y el cáncer, luego mi mamá y su proceso con la misma enfermedad y para colmo, yo, que ni siquiera había hecho el 50% de las cosas que deseaba en la vida. Le odiaba increíblemente.
Los fines de semana me sentía sola. Mi familia vivía a 2 horas de aquí, trabajaban y tenían sus asuntos y obligaciones; yo, me quedaba con mi perrito que aún era un bebé, llorando, lamentándome, culpando a Dio y a ellos por no estar lo suficientemente pendientes de mi, a mi hermana, por ser médico y no tener una solución efectiva, a los medicamentos que comenzaban a hinchar mi rostro, a producir efectos de sobrepeso, de caída del cabello, de dermatitis y de insomnio; a mis compañeras maestras, las supuestas amigas que no colaboraban lo suficiente y pretendían que yo rindiera de la misma manera en las clases. Me chocaba que me juzgaran de inepta, que pensaran que era floja, que faltaba al trabajo por pereza o que era lenta, solo para que otros hicieran mi trabajo.
En mi caso, esta fase fue muy destructiva.
Al igual que todas las enfermedades, el lupus se alimenta de los pensamientos negativos. En vez de mejorar, todo parecía eterno; aún no entendía que esto no tenía cura, así que acudía a la falsa esperanza de que un buen día me despertaría y ya nada iba a doler. Socialmente, me aislé. No quería asistir a ningún evento del colegio; no deseaba vestirme elegante, ni con tacones que no entraba en mis pies hinchados; no quería salir de casa. Evitaba mirarme al espejo, odiaba peinarme y ver la alopecia por sectores a causa del lupus. Sacaba excusas para mi aislamiento y encerrarme en mi situación, en eso que nadie entendía y en donde todos eran culpables.
En aquel momento aún no entendía que debía hallar la manera de canalizar mi furia contra el mundo. Qué difiícil fue entender, que el otro, los medicamentos, Dios, mi familia, nadie ni nada era culpable de lo que sucedía. Qué tarde comprendí que esta batalla era entre el lupus y yo. Que no era un castigo divino, ni cuestión de mala suerte. Solo yo lo había provocado y debía hacerme responsable de este asunto. ¿Cómo? Definitivamente no era negándome ni enfureciéndome...
Pronto llegaría la negociación.
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