La clave de mi felicidad
Actualizado: 28 sept 2019
Hace dos años que intentaba realizar un viaje como este, pero debo confesar que el miedo al lupus, el miedo a no ser capaz, el miedo a recaer, el miedo... el miedo... el miedo... siempre el miedo. Y cuando el miedo gana, todo sale mal; nos enfermamos, el dinero no alcanza, la vida se vuelve aburrida, los días pasan sin esperanza, los estados de ánimo suben y bajan y un día cualquiera simplemente llegamos a pensar que no merecemos algunas cosas. Se vale sentir miedo, pero más vale ganarle y ¡pronto!
Dice Voltaire que buscamos la felicidad sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo que tienen una; un error enorme de quienes se enteran que tendrán que vivir el resto de su vida junto a una enfermedad crónica, es ponerse límites: es mejor no ir a la playa, porque el sol me lastimará; me quedaré en casa porque está lloviendo y mis articulaciones pueden afectarse; evitaré ese viaje de 8 horas en avión para que mi leucopenia no me moleste; prefiero no tomarme fotos de cuerpo entero porque con la prednisona subí de peso y dañaré el paisaje; hasta que mi rostro no se desinflame por la cantidad de corticoides, no hay selfies; solo caminaré lo necesario para evitar fatiga crónica...
¡Qué tonto suena lo anterior! Miedo, miedo y más miedo.
Durante mucho tiempo, esa fui yo. Lo dije, y me perdí de mucho por "miedo a". Y sí, quienes vivimos con enfermedades crónicas tenemos límites pero, siento que los estamos bordeando de la forma incorrecta: iré a la playa antes de las 9:00 de la mañana o después de las 5:00 de la tarde para que el sol no me lastime; me pondré un abrigo y alistaré la sombrilla porque está lloviendo y así protejo mis articulaciones; usaré medias de compresión para que ese viaje de 8 horas no moleste mi circulación; este paisaje es tan hermoso, que vale la pena recordarlo sin importar el peso; todas las selfies que tome, recordarán lo bella que lucía con mis cachetes y podré compararlos cuando ya ni siquiera existan; mientras camino, tomaré sorbos de agua cada 15 minutos, me cuidaré del sol y lo haré a un paso que me permita disfrutar sin cansarme...
¡Te fuiste, señor Miedo!
En este viaje entendí que vivir sujetada al miedo solo hará que anhele sin materializar, que termine odiando mi condición o que justifique una vida sin propósitos. Aunque hubo momentos en que sentí cierta incomprensión por parte de mis compañeras de viaje, mantuve un diálogo interno en el que intentaba calmarme y recordar lo difícil que es para el otro entender lo que no conoce.
No importa si el otro no entiende, lo que en realidad vale es que yo sepa cómo lidiar con mis límites.
Así que, valió la pena este riesgo, comprar tiquetes 2 meses antes manteniendo la idea de que la mejoría continuaría, tomar 3 vuelos de avión durante dos días, pasar varias horas en bus para ir de un lugar a otro, caminar bajo el sol de Nueva York sin maquillaje, sudando, con abanico en mano, gafas oscuras, pañuelo y botella de agua; dormir pocas horas, tomar muchas fotos sin pensar en la vanidad y tener la valentía de no darle cabida al lupus ni al miedo. Ponerme mis propios límites y ser feliz, a pesar de cualquier diagnóstico.
La clave de mi felicidad, es arriesgarme. ¿Cuál es la tuya?
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