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La pregunta incorrecta

Actualizado: 16 may 2021


El impacto que se vive a partir del momento en que un médico nos indica en una terminología confusa que nuestro estilo de vida va a cambiar, es fuerte. Procesarla, comprenderla, interiorizarla, en pocas palabras, "masticarla", no se logra de la noche a la mañana. ¿Por qué a mi?


Hace más de un año, mi mamá comenzó a presentar signos de fatiga, dolor en el estómago, cansancio extremo, dificultad para respirar, entre otras molestias. De repente, todos somos médicos y comenzamos a dar diagnósticos intentando atinar a sus dolencias. "Eso es que está pasada de peso", "lo mejor es dejar el pan", "¿hace cuánto se purgó?", "¿seguro no está exagerando?". En ese círculo de opiniones se nos fue un buen tiempo. Finalmente, mi mamá, una mujer joven, de esas que no se queda quieta, que pasa por la sala y acomoda el portarretrato porque ella lo ve torcido, que controla con la mirada la cantidad de polvo en casa, polvo que solo ella puede ver, obsesiva con el aseo y el orden de su casa, resultó con una falla cardiaca.


Su corazón funcionaba a un 15% y en dos días, su semblante palideció, su forma de caminar se hizo más lenta y estaba en un hospital rodeada de aparatos, cables y agujas. Estuve con ella, casi las 24 horas del día durante esa semana, presenciando exámenes, noticias desalentadoras y posibles desenlaces. Temiendo lo peor, pensando soluciones alternas, padeciendo cada minuto sin tener respuesta a nuevos exámenes y reviviendo de alguna manera aquella época en que tuvo cáncer de mama.


A partir de ese día, su vida cambió. Comenzó terapias de rehabilitación para su corazón, su alimentación se modificó por completo y desde ese día, una bella melodía convertida en alarma le recuerda la hora exacta en que debe tomar el medicamento; memorizamos juntas los nombres del coctel de píldoras de la mañana, de la tarde y de la noche. Su salud mental también se afectó. Se le notaba la tristeza, la incertidumbre, la ira profunda con no sé quien por lo que le estaba pasando. Y la pregunta constante comenzó a aparecer.


¿Por qué?


¿Por qué me pasó esto?

¿Por qué se dañó mi corazón?

¿Por qué nadie me entiende?

¿Por qué me pasan estas cosas si yo estaba bien?

¿Por qué...?.... ¿por qué....?.... ¿por qué...?


Su cardiólogo le dijo hoy en su control médico, que su corazón ya funcionaba al 39%. Que es un caso particular, porque su función ha mejorado en solo un año de tratamiento; sí, un año lleno de medicamentos que le producen síncopes, mareos, insomnio, pero sobre todo, que le hacen sentir un terrible miedo al futuro y un tanto inútil, según sus propias palabras. Entonces, regresan las preguntas.


¿Por qué ya no puedo salir como antes?

¿Por qué me mareo cuando camino unos metros?

¿O sea que, no podré volver a llevar la vida de antes?

¿Por qué...?.... ¿por qué....?.... ¿por qué...?


En medio de la charla con el cardiólogo, él le explicaba que era obvio que su falla cardiaca se debía al cáncer de hace 15 años. Comenzó a hablar de esta enfermedad, de la importancia que la gente le daba al tratamiento, a pesar de quedarse calvos o vomitar sin control, la gente lo intenta y da la pelea por salvarse. Pero, que con la falla cardiaca, si un medicamento da mareo, el paciente quiere que se lo quiten. ¡Como si el corazón fuese una pendejadita!.


Intenté involucrarme en la charla y le dije, "¿es como comparar la falla cardiaca con el lupus, por ejemplo?". Sin pensarlo dos veces, exclamó de forma espontánea, "uy, es que ese lupus es una porquería".


Cuando se enteró segundos después, de que ese era mi diagnóstico, se sintió apenado, pensó que me decía algo que yo desconocía, que me ofendía, que la había embarrado. Se disculpó mil veces y no era capaz de mirarme. Le hice entender que aunque pensábamos lo mismo del Sr. Lupus, éramos amigos, que la llevábamos bien a pesar de todas las sorpresitas que me ha dado en doce años; que todo estaba en la manera en que yo me relacionaba con mi diagnóstico, mis ganas de ganar siempre y en especial, haber entendido PARA QUÉ había aparecido en mi vida.


Imposible no estar animadas hoy después de la consulta. MI mamá entiende que su corazón sí puede mejorar, que cada diagnóstico es diferente, que más que quejarse buscando respuestas a un por qué, debe siempre buscar ese lado amable que le está enseñando para qué; sé que es difícil que entienda y asimile que necesita perder el control de cada rincón posiblemente sucio de la casa, que nadie le desordena los cojines, nadie le hace enojar, nadie le hizo algo. ¡Nadie!


Perder el control de tantas estupideces, libera.

Por momentos creo que lo entiende, pero no, aún falta. Aún no ha llegado a ese punto de, "soy paciente con falla cardiaca, he aprendido a vivir con ella, conozco mis limitaciones, nadie ni nada a mi alrededor me quiere hacer daño ni lo hará porque yo no lo permito."


Llegar ahí, no se logra en dos días. Aún dice que necesita tiempo; no se ha dado cuenta que llevamos un año en el proceso. Tal vez, para cada quien, es distinto.


El para qué es una de las preguntas más valiosas; desde que la uso con tanta frecuencia, entiendo mejor el lado bueno de cada posible aspecto negativo del mundo; dejé de victimizarme, de sentirme culpable de mi salud, comencé a sentir empatía por aquel que está en plena búsqueda de respuestas. Solo espero, mi mamá se vuelva adicta a los para qué; son aliviadores, sanan, liberan y permiten hallar motivos que vivían ocultos en nuestro ser.


¿Para qué escribo este blog?... Que cada quién responda.









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