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Lo bueno de lo malo

Ayer tuve la oportunidad de charlar con una amiga que aprecio mucho; es una maestra por vocación, inteligente, creativa y con un amor profundo y enorme por sus niños. Enseña en preescolar, una etapa clave para cualquier ser humano, porque es allí donde muchas bases se cimentan. Por eso, estoy convencida que una maestra en ese grado escolar debe estar muy preparada y en especial, tener esa pasión, paciencia y conocimiento exacto de cómo llevar a un niño a descubrir paso a paso sus habilidades. Siempre he dicho que lo que estudié, aunque es muy importante también, no me alcanza para trabajar en esos grados; yo estudié la lengua castellana desde otro punto, y no me considero buena enseñando a leer las primeras palabras. Ella, es una experta, lo hace con tal facilidad, que entiendo una vez más, que cada quien debe estar en lo que sabe. Mi pasión es llevar al niño a encontrar ese gusto por la lectura y la escritura, guiarlo en un viaje eterno en el que llegue a comprender que nuestro idioma es hermoso y que de tal forma, hay que cuidarlo, tratarlo y explotarlo mediante los libros. Ella, les da las primeras pautas para que el recorrido del viaje a través del tiempo, sea placentero.


Desde esta perspectiva, la admiro, pero como todo ser humano, tiene una parte un tanto negativa. No digo que sea mala persona, pero siempre he creido que su potencial está limitado por ella misma, que no se lo cree o no considera ser merecedora de las bondades de la vida. Ella, hoy inspira mis palabras.


Nos conocemos hace más de 15 años porque trabajamos en dos oportunidades en el mismo colegio. Allí noté su potencial y todo lo que era capaz de hacer; su fortaleza para aguantar situaciones difíciles de la vida, es uno de los aspectos que más destaco, sin embargo, no se puede confundir fortaleza con aguante.


Una de las razones por las cuales decidí retirarme de mi último trabajo como maestra, está relacionada con el salario que recibía allí. Siempre sentí que era injusto que, no solo en ese colegio, sino en cualquiera, las maestras de grados superiores ganáramos más que las de preescolar. ¿Qué creen? ¿Que se la pasan rasgando papelitos de colores para perder el tiempo? ¿Que llevar los niños al baño, limpiarlos, enseñarles a usar el inodoro, a subirse los pantalones, no es algo que en realidad deba ser bien pago? ¿Que promover su motricidad fina y gruesa en pro de tener una caligrafía perfecta es una pendejada que cualquiera puede hacer?


Aparte del inconformismo por tal desigualdad de salarios, en este colegio sucedía algo aún más grave: se atrasaban en los pagos. Las razones variaban: los padres de familia no pagan, gastos extras para eventos, el arriendo... excusas ridículas que como empleados no nos importaba, al menos a mí no, y a trancazos finalmente terminaban pagándome el salario justo, sin embargo, a ella, la maestra con más estudiantes en el salón, la más importante para el desarrollo de un niño y de las más antiguas en el colegio, duraba meses sin recibir un peso. ¿Fortaleza o aguante?


Cuando salí de aquella institución educativa hace ya 4 años, le dije que renunciara. Le insistí que no tuviera miedo de arrancar de cero, porque si de maestra no encontraba algún trabajo, era su oportunidad de desarrollarse en otras áreas relacionadas con sus habilidades: dibuja, trabaja en madera, en foamy y en diversos materiales de una manera única. ¡Toda una artista!


Miedo. Miedo. Miedo.

Yo he escrito mucho sobre el miedo, de hecho, lo conozco muy bien. Es un personaje que tiende a rondar la cabeza del ser humano, disfrazado de buenas intenciones, de protector, de consejero. Suele ganar con frecuencia y nos atrapa por años hasta el día en que lo enfrentamos, le damos duro y lo sacamos de nuestra vida.


Se lo he dicho a ella tantas veces, con ejemplos, con posibilidades, con lo que es mi vida ahora, pero es como si en el fondo sintiese que no está diseñada o no nació para ese tipo de triunfos. Solo dice, "me alegra", "qué bueno", "te felicito".... Quisiera darle una buena sacudida y decirle mirándola a los ojos, que no le cuento estas experiencias para que se alegre por mi, sino para que entienda, que más allá de ese colegio al que se ha entregado por 20 años, existe un mundo de posibilidades, de opciones diferentes y quizá mejores. Que están ahí para ser vividas pero que si no toma la decisión, si no vence al Señor Miedo, jamás podrá disfrutarlas.


El tiempo pasa.

Ayer me escribió muy temprano a contarme que es posible que el colegio se acabe. Que está en bancarrota, que las dueñas están endeudadas y que aún no es oficial, pero el colegio no da más. Qué triste saber que el primer colegio privado que me dio la oportunidad, en el que aprendí como maestra y en el que conocí tantos niños que hoy me enorgullecen como profesionales, de repente cierre. Lo más triste del caso, es que siempre supe que llegaría ese día. La poca o nula inteligencia financiera de sus dueñas lo llevaría a esto. Demoraron en aceptarlo, intentaron tapar un hueco con otro, hasta que la deuda las envolvió como una inevitable bola de nieve.


Mientras ella me escribía en el chat toda esta situación, pensaba, "¡ se lo dije pero no me hizo caso!". Echarle en cara la situación, no ayudaría, por eso me limité a leerla. Con afán escribía, "¡y a mi edad quién me da trabajo!, "¡ahora no hay plata para que me paguen todo lo que me deben!". ¿Fortaleza o aguante?


¿Vale la pena aguantar años de trabajo sin que te paguen, solo porque el empleador tiene problemas económicos personales qué solucionar? ¿Es válido ser tan comprensivo con el empleador mes tras mes, año tras año, para que un buen día simplemente anuncien el cierre de la empresa y no recibas ni el pago, ni la liquidación por tus años de trabajo? ¿Vale la pena vivir convencido de que la capacidad de aguante me hace mejor persona?


Entiendo que con más de 40 años de edad en este país, las probabilidades de encontrar empleo disminuyen, pero, ¿tan malo es eso que le está sucediendo a mi amiga?


Lo bueno

Algo que el lupus me ha enseñado durante estos últimos 10 años, es que aunque el panorama parezca nublado, oscuro y sin salida, la cuestión no es tan mala. Todo lo malo tiene algo bueno y es un asunto personal descubrirlo.


¿Lo bueno del lupus? Volví a escribir. Publiqué mi libro hace unos 5 o 6 años, he leído más libros que cuando se suponía estaba mentalmente en mi 100%, mi sensibilidad ante el dolor del prójimo es mayor, comencé a viajar, mi amor propio es más alto y mi entorno cada vez es más sano. Se pierden cosas y personas, pero se gana más.


Yo podría numerar todo lo positivo que le veo a esa situación, a que su etapa en el colegio termine y a que deba salir de su zona de confort, pero finalmente ella debe encontrarla y darle sentido. ¿Para qué sucedió? ¿Qué cambios debo hacer en mi vida? ¿Qué deseo que suceda para sentirme bien? ¿Qué aprendí durante todo este tiempo ahora que esta estapa culmina? ¿Cómo quiero que sea mi vida ahora? ¿En cuánto tiempo deseo ver los cambios? ¿A qué le tengo miedo? ¿Con qué fortalezas cuento?


La vida, como dice Mario Mendoza - escritor, se trata de morir muchas veces. Para mi fue difícil aceptar que moría como maestra en colegios y cada vez que muero, aún me cuesta. Daría lo que fuera por tenerle la solución, por mostrarle un camino de fácil acceso, pero en realidad solo ella debe encontrarle lo bueno a lo malo.


¿Es realmente tan malo que eso le esté pasando? Incluso para las dueñas del colegio no lo es... pero cada quien debe hallarle sentido a lo que sucede.


Para algunos, pasarán muchos años hasta que puedan comprender lo bueno de lo malo. Cada quien tiene un proceso distinto, largo o corto, pero necesario.


Amiga: déjate morir, porque necesitas nacer de nuevo. Tu potencial real ni siquiera ha salido a flote. Encuéntralo y vive sin miedos. Te sorprenderá el mundo que hay más alla de la zona de confort.







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