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Foto del escritorSandrillaP

Lo que trae el miedo

No es secreto que la pandemia ha dejado no solo muertos sino quiebres emocionales que afectan la salud física y mental. Por lo general, cuando duele alguna parte del cuerpo, se acude al médico, sin embargo, que haya cambios de humor, inseguridades, angustias o miedos inexplicables, queda ahí, guardado para sí mismo. Como si fuesen profesionales expertos, diagnostican y llegan a conclusiones con tal de no consultar a un psicólogo o a un psiquiatra. Vivimos en el mundo del qué dirán, en donde sentir insomnio debido a un trastorno de personalidad es vergonzoso, pero suicidarse por amor, es una escena romántica, digna de contar en cada reunión familiar.



Hace unos meses escribí sobre el síndrome de la cabaña, un pánico incontrolable que no me permitía salir a la calle. Abrir la puerta de la casa o tan solo comenzar a peinarme para salir un rato, me producía un miedo inexplicable hasta que mi psiquiatra me explicó qué era y por qué sucedía. Amo mi psiquiatra y quiero estar lo más lúcida posible hasta el último día de vida; finalmente, mi locura ante la vida es otra, no mental, y es ridícula la manera en que la gente quiere obviar sus malestares mentales por vergüenza. Quizá no ven venir un Alzheimer, la bipolaridad o cualquier situación en las que la mente toma ventaja por falta de cuidado. Y esta, es la verdad sobre el miedo.

1. Cualquier cosa puede provocar miedo: una cucaracha, las alturas, el encierro, las multitudes, una mariposa, el contacto físico, hablar en público, por mencionar algunas.

2. Cualquier miedo aparece mediante dos formas culturales:


- Porque en algún momento de su vida, aunque no tuvo contacto directo con el estímulo del miedo, observó la reacción de otro. Conozco a alguien muy cercano que le tiene miedo a las motos por el simple hecho de que su mamá le dijo un día, cuál gitana aficionada, que si él compraba una moto se iba a morir. Nunca se ha accidentado, nunca ha manejado alguna, evitando que se cumple la profecía.

- La segunda forma es el condicionamiento clásico, aquel que aparece cuando en casa, por ejemplo, aprendemos que las ratas son sucias, que los murciélagos que viven en el tejado pueden matar si te muerden o que dormir con el armario abierto hace salir monstruos en la noche. Todo esto, por lo general se aprende desde temprana edad, desarrollando a través de los años ese miedo que con el tiempo se convierte en un estímulo condicionado. Y así, nacen las fobias.


En el caso de mi agorafobia debido a la pandemia, sentía que mi baja capacidad de control no era suficiente para detener los ataques monstruosos de la gente a mi alrededor. Me mareaban las luces, perdía la respiración al punto de morir; imaginaba que nadie podría ayudarme y que la situación se volvía incontrolable; por eso, por muchas semanas, evité salir, escapé de esa situación que me paralizaba, que me hacía sudar y a la que le temía como a nada en la vida.


Lo que dijo mi psiquiatra.

Luego de escucharme y sentir la angustia en mi voz, mi psiquiatra, uno de los mejores del país, me dijo algo tan simple y tan cierto, que sirvió para vencer la agorafobia.


El miedo que sentía era una fantasía creada por mi mente; en ella, este vivirá de manera temporal, solo si yo lo permito. Esta fantasía, crea una situación: saldré a la calle, la gente me contagiará, nadie me ayudará, el tráfico no me permitirá correr, el sol me hará sudar, perderé la respiración pero nadie podrá ayudarme, porque nadie puede acercarse debido a la pandemia; el lupus se apoderará de mi cuerpo, moriré ahí, a pleno día... Y según la imaginación que tenga ese día, la historia podría variar.


Es una batalla Miedo vs Realidad, en la que el miedo está tomando ventaja solo porque yo lo permito. ¿Qué hacer?


Me contó que Freud, muy sabiamente, dijo que la única manera de acabar con el miedo, era enfrentándolo. Punto final, nada que objetar.


Solución: Salir todos los días, abrir la puerta. ¿No puedo salir? Cierro la puerta. Dejo salir esa voz interna que me regaña y que, parece tener más cordura que yo: ¿Qué es lo que va a pasar si salgo? ¿Me comerá un monstruo? ¿La gente se convertirá en zombie?... Volver a abrir la puerta. No puedo salir. Me detengo, respiro. Lo intento más tarde.


Funciona con los monstruos del armario, con aquel que a los 30 aún sigue mirando bajo la cama antes de dormir, con el miedo a las alturas, y con cualquier situación en la que la fantasía del miedo ha logrado vencer la realidad. ¿Hasta cuando? Hasta que tome la decisión de enfrentarlo.


Como me encanta ganar, me puse el reto. Costó un poco, y aún cuando comienzo a sentir un leve mareo, miro fijamente a quienes tengo cerca, mi voz, esa que tiene la cordura y madurez que me falta, me da un pequeño regaño recordándome que vamos a poder, y finalmente, puedo.


¿Cuáles son sus miedos? ¿Hasta cuándo tienen vigencia?

Pedir ayuda sin vergüenza, es la mejor solución. Transmitir miedos inconscientemente es el resultado de no actuar a tiempo.


¡Que lo que quede de vida se viva sin miedo, ni siquiera a la muerte!

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