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Mujeres con lupus: tristeza eterna

Foto del escritor: SandrillaPSandrillaP

Se encontraba rota, dañada y emocionalmente vacía desde hace años y no había manera de salir a flote. Su vida era exitosa, tenía un matrimonio perfecto, viajes al exterior, casa en uno de los mejores sitios de la ciudad y el dinero jamás les traía dificultades. Un día cualquiera, su vida cambió. Todo fue tan radical que no hubo tiempo siquiera de digerir una tras otra, cada situación.



El inicio.

Hace unos 10 años hubo una reunión familiar en una de sus fincas. Todo transcurría a la perfección: familia unida, buena comida, música agradable, ambiente perfecto en un lugar retirado de la ciudad. Llegaron familiares lejanos, de esos que solo se ven en ocasiones especiales; entre ellos, estaba su único hijo, un joven de 17 años que adoraba más que a su vida. Estaba a punto de terminar el colegio y ya soñaban con el viaje al extranjero y la universidad que elegiría para iniciar su vida profesional.


Luego del almuerzo, entraron un par de hombres armados a la finca. Nadie supo por dónde ingresaron, lo cierto es, que se dirigieron directamente a su hijo adolescente, que se encontraba con ella en ese momento, y le dieron un disparo en la cabeza. El joven se desplomó frente a sus ojos y no supo más de ese día por un par de segundos que se hicieron eternos. Nadie los vio entrar, nadie los vio salir; cada quien, en la sala, el comedor, en la piscina y en cada esquina de la finca, escuchó el disparo, pero nadie vio lo que ella presenció.


El impacto de la bala fue fulminante. Su hijo murió allí, frente a ella. Hubiese dado su propia vida, sus riquezas, sus contactos sociales, todo. Ya nada tenía sentido.


Bienvenido, Sr. Lupus.

Al poco tiempo comenzaron los primero síntomas. La tristeza, su estado de ánimo durante las 24 horas del día, su inapetencia, abrieron una puerta a quien hoy la acompaña. Su cuerpo comenzó a sentir rigidez articular por las noches, dolor al caminar, molestias con la luz del sol, caída de cabello, pérdida de peso y dolores musculares. Un médico internista dio la alarma; su reumatólogo, confirmó la noticia.


El lupus y las situaciones emocionales fuertes van de la mano. Las recaídas también surgen de un momento, de un segundo o un día de mucho estrés. A gran velocidad aprovecha la oportunidad de no saber controlar las emociones, de no poder cerrar ciclos ni sanar un duelo. Entró para quedarse y lo peor, era que la estaba controlando a su antojo.


La mujer elegante en su exterior, ocultaba una tristeza profunda que le impedía ver la vida con emoción. Sonreía para demostrar una felicidad inexistente, pero sus ojos eran incapaces de brillar. Desde ese momento, sin poder hacer el correspondiente duelo por su hijo, tuvo que hacerse cargo de su propia muerte; el lupus amenazaba con llevarse su cuerpo y poco le importaba, pero por cuestiones económicas y sociales, siempre debía aparentar una felicidad eterna, una falsa resiliencia.


Habla de su hijo como si estuviera físicamente presente; ha permanecido en ese instante durante diez años y no desea saber qué pasó, quiénes dispararon y por qué. Su día a día se divide entre medicamentos para aplacar a un enemigo, -esa sombra que la acompañará siempre y que quizá no quiere conocer- y los recuerdos de su hijo.


Lleva consigo dos duelos: murió como madre y como ejecutiva exitosa, pero se niega a vivir sin estas dos etiquetas. Habla de su hijo, se queja un poco de la artritis generada por el lupus, toma su medicamento, detiene las lágrimas con disimulo, sonríe, contesta la llamada de uno de los inversionistas, llega a casa, revive el momento, toma un calmante y sufre en silencio su insomnio.


¿Vive o muere un poco cada día?




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