La dosis
Actualizado: 12 oct 2022
Recibí antes de lo esperado mi primera dosis de la vacuna contra el covid-19. En un país donde se podrían desaparecer misteriosamente las vacunas, plagiarlas o escasear, tuve la fortuna de ser priorizada por el simple hecho de vivir con lupus. Sí, el lupus y sus bondades.
Mientras que algunos desprecian su priorización por miedo a que le inyecten un posible chip que controlará el resto de su existencia o porque niegan su eficacia debido a una serie de conspiraciones que algún día supuestamente se harán públicas, otros estábamos a la espera de ser llamados y anhelábamos tener incluso 70 años para que nos tuvieran en cuenta.
Mi gran ventaja, tener lupus sin mencionar el resto de comorbilidades.
Tener un diagnóstico crónico es hoy un mérito. Ser obeso, es una maravilla por estos días. Padecer trastornos emocionales es fantástico. Ser joven, saludable y "lleno de vida", ya no cuenta. Irónico.
La cuestión es, que gracias a que el lupus fue incluido como una de las enfermedades priorizadas, pude recibir el pasado 17 de junio la primera dosis. Para mi fue un requisito más para continuar viva, casi igual que la biopsia de riñón, la quimioterapia, el tratamiento biológico, la biopsia de cuero cabelludo, las transfusiones de plaquetas o los bolos de corticoides recibidos en cada hospitalización. Que funcione o no, el tiempo lo dirá.
Recuerdo que hace un mes me escribió alguien que también tiene lupus. "Convénceme que me debo poner la vacuna porque me da miedo", me dijo en uno de sus audios por Whatsapp.
Por un lado, me halagó su confianza en mi palabra; lo que yo le dijera, supuestamente, podría ser clave para su decisión. Antes de responderle, solo pensaba en todos los diagnósticos que en varias ocasiones me había contado. No solo tiene lupus, sino anemia, vasculitis, depresión, entre otros. Aún así, sentía miedo de una vacuna porque "ya había escuchado muchos casos de gente muerta después de vacunada".
Recordé entonces, el caso de una señora con lupus que murió de covid a finales de julio del 2020. Estoy segura que ella, jamás hubiese dudado de la vacuna. Jamás hubiese deseado entrar a UCI y no volver a ver a su familia. Batalló con lupus durante años y en menos de una semana, covid la aniquiló.
Pero aquí tenía a otra mujer, casí de su misma edad, rogándome que la convenciera. Que dijera las palabras perfectas en el tono adecuado. De mí dependía su vacuna. Quería dejarle a otro la responsabilidad de su propia decisión. Simplemente le respondí que le tenía más miedo al covid que a una vacuna; que hemos pasado tantas situaciones inesperadas con el lupus, que si hubiese una vacuna contra él y tuviera que pagarla, ahí estaría yo, de primera en la fila. Que debería creerle más a su reumatólogo que a la vecina. Que aprovechara su priorización y que no pensara estupideces.
Dolor de brazo dos días y articulaciones rígidas durante 72 horas. Así me sentí. De hecho, esa rigidez me recordó mis peores días con el lupus despierto al cien por ciento. Me transporté a esos meses en que levantarme a las cinco de la mañana era una odisea, al punto de no poder siquiera quitarme la sábana para pararme de la cama; sentía un bloque de cemento sobre mi y mis manos estaban tan rígidas que no podía moverlas. Días aquellos, en que nadie en el trabajo creía esa historia, porque si lo pensamos, parece una total exageración.
Después de todo lo que se vive con una enfermedad crónica, entre exámenes, medicamentos, sintomatología e incomprensión de quienes nos rodean, ¿en serio cabe decidir si vacunarme o creerle a la vecina?
Y si aparece de nuevo quien cree que "de algo se ha de morir", escríbame que de seguro, yo lo convenzo.
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