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Foto del escritorSandrillaP

Que nada importe...

Hace aproximadamente un mes, mi sobrino de 7 años vino a visitarme. Era lógico que desde hace unas semanas había visto que en las videollamadas, su tía usaba un gorrito pero nunca se atrevió a preguntar nada. Tampoco le hizo comentarios a su mamá, y aunque noté cierta curiosidad en su cara, jamás lo mencionó y siempre seguimos cada charla, sin novedad alguna.


Luego de diez meses, nos volvimos a encontrar, volvimos a abrazarnos y sentí una emoción enorme en él cuando me vió. El abrazo se suspendió por varios segundos, sin necesidad de palabras y yo solo esperaba que él hiciera algún comentario acerca del turbante que estaba usando ese día. La mañana continuó, jugamos, hablamos y compartimos varias horas juntos, intentando aprovechar el tiempo perdido. Ningún comentario acerca del turbante que su tía usaba.


De repente, no aguanté más y abordé el tema. Sin tantas vueltas, le pregunté qué tal me veía. "Bien, tía", y continuó concentrado en su dibujo. En el fondo, esperaba algo más; preguntas incómodas de un niño de 7 años, curiosidad innata, pero se comportaba con tal normalidad que comencé a pensar, que era yo, quien intentaba forzar algún comentario atrevido.


¿Quieres ver por qué la tía usa este gorrito?

La pregunta salió insistente, esperando una risa, una burla, un comentario propio de un niño. Pero olvidaba que mi sobrino no es cualquier niño; que acepta las diferencias, que cree en la igualidad, en el respeto, en la justicia, que entiende el valor del otro.


Se quedó mirándome nuevamente con un gesto tímido, incómodo, porque quizá, sin intención, su tía comenzaba a incomodarlo; por alguna razón, deseaba que él preguntara, que curioseara, pero en su madurez, él entendía que era parte de la enfermedad de su tía, y que aún así, no le importaba. Me importaba más a mi. Los adultos y sus miedos...


Horas más tarde, en mi habitación, me quité el turbante. Le mostré sin avisar, cómo el lupus y la quimioterapia con ciclofosfamida había tumbado el cabello por zonas. Parches que no se ven bonitos, y aunque pude haber tomado la decisión de raparlo por completo, he dejado así, y con paciencia ha comenzado a crecer muy lentamente.


Aún recuerdo su cara. Abrió los ojos, sonrió con respeto, asombrado, porque quizás no era lo que se imaginaba. Creo que entendió que la idea de cortar su cabello y regalármelo, no iba a funcionar, que así no era el asunto; que la cosa era diferente a lo que en su imaginario dibujaba cuando escuchaba a lo lejos a su mamá y a su tía hablando sobre tratamientos contra la caída de cabello.


Le pregunté si quería tocar, pero no duró más de dos segundos con sus deditos en mi cabeza. Seguía sin decir nada, y entendí por su silencio, que no era una imagen muy agradable para él. Me puse de nuevo el turbante y le expliqué que con paciencia volvería a crecer, pero que por ahora, me lo pondría para protegerme del sol y porque se me hacía difícil peinarme.

Tranquila, tía. La verdad, te ves muy bonita así. Si te vieras fea o chistosa, yo te diría. Pero no, la verdad, es que te quedan muy bien esos gorritos.

Luego de escuchar sus palabras, entendí que de alguna forma, deseaba saber qué pensaba de mi. Que me importaba su opinión y que saber que seguiría tratándome y viéndome como siempre, sin diferencias, es lo que debería importar. Que un cambio de look no define; que así deberíamos ser los adultos. Que estar calvos, hinchados, demasiado delgados, manchados o cualquier situación física temporal o irreversible, no tiene nada que ver con los sentimientos, el respeto y el valor que tenemos como seres humanos.


¿Cuánto me importa el qué dirán, en estos momentos? ¡Nada!

Lo que sí me importa, es mantener a mi lado a quienes pasan por alto cualquier situación fisica temporal que esté pasando; que aunque saben que está ahí porque es inevitable no percibirla, no se valen de ello para hacer comentarios de invalidez, de lástima o de pesar.


Lo que sí me importa, es mantener a mi lado a quienes entienden que el valor de una persona no está en el posible deterioro físico que puedan sufrir por una enfermedad, porque pueden ver más allá sin criticar, sin hacer chistes sin gracia y sentir ante todo, empatía.


Si usted es como mi sobrino, que puede seguir tratando a su tía con el mismo cariño, respeto y amor, sin importar que falta cabello, que hay cicatrices y moretones, quédese conmigo.


Si usted no entiende, le parece exagerado, cree que todo es un simple invento mental para enmascarar una vida perezosa o de vagancia quizás, le sugiero que silenciosamente, se aleje, porque de mi parte, su presencia no es necesaria.


Son bienvenidos, a cualquiera de los dos grupos. Porque así es la vida; se está o no; se ama, o no; se vive, o no.


¡Bienvenidos sean!




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