Un viaje inesperado...
Actualizado: 11 oct 2022
EL COMIENZO DEL BROTE 2020
Luego de conocer aquellos resultados de laboratorio que, sin ser médico, ya sabía leer, comprendí que la situación no era fácil. Recibí una llamada a eso de las cuatro de la tarde de parte de una de las auxiliares de la toma de muestras en las que, con afán me preguntaba si me sentía bien, pues las plaquetas estaban literal por el suelo y prácticamente no tenía glóbulos blancos. ¿Volvería a pasar? ¿en plena pandemia, con todo este protocolo de bioseguridad, viviría un brote lúpico que como ya lo sé, puede ser cada vez más complejo que el anterior?
El descontrol, la negación y el llanto inminente duraron el resto del día. Mi hermana, mi médico que siempre tiene la razón, confirmó que lo mejor era hacer una pequeña maleta porque la posibilidad de pasar algunos días en un hospital, era alta. MI médico internista, por otro lado, se alarmó de los resultados y en una llamada a las ocho de la noche, me lo reafirmó. Por más que intentase negarlo, era un hecho; el lupus, silencioso como siempre, deseaba comenzar una nueva batalla.
¡Me voy de viaje!
No sé por cuántas horas lloré, pero aún a media noche, las lágrimas no se detenían. Sentada en la cama, sentía la cabeza gigante: ¿volveré? ¿será la última? ¿qué tan fuerte va a ser? ¿Y mis perritos? ¿podrían ellos estar sin mi? La ansiedad me hizo perder el enfoque, ¡qué sabía yo!
Casi a la 1:00 am recobré la cordura, y entendí que incluso llorar y sentirme tan triste por una realidad que no podía cambiar, fortalecían al Sr. Lupus. Tomé mi maleta de mano, aquella que suelo llevar a mis mejores destinos, la puse sobre la cama y dije: ¡Me voy de viaje!
La alisté en el mismo orden de siempre y mientras la armaba, senti que fui recuperándome de aquella negación que siempre llega cuando recibo con desagrado lo que no quiero que suceda. Dormí pocas horas, pero tal como sucede cuando me voy temprano al aeropuerto, desperté con energía a emprender un nuevo recorrido. Algo que me mantenía tranquila, era saber que mis perritos estaban en buenas manos; que un par de ángeles llamados amigos me ayudaron a llevarlos a su hogar temporal; que estarían bien cuidados y que nada les faltaría. Que desde mi nuevo destino, estaría pendiente de ellos y que definitivamente, tendría que poner mucho de mi parte para regresar por ellos.
Cada brote es incierto y no se puede comparar entre pacientes con lupus. Para la ciencia es difícil aún responder de qué depende, porque este personaje llamado Lupus se camufla de manera tan perfecta que logra despistar a los mejores médicos. Nos hace pensar que todo está bien, que nada sucede, que no hay de qué alarmarse, pero de repente, ataca de la manera más vil y traicionera, en donde se le antoje. Sé que la tiene un tanto dura conmigo, pues sería difícil verme rendida a sus pies; me gusta ganar, me gusta luchar y me gusta vencer. Quizá por eso eligió mis riñones esta vez, un órgano que sin duda, es vital para llevar una buena vida, sin embargo, no contaba con la fortaleza y energía mental que he venido adquiriendo en los últimos meses. Sin saberlo, me preparaba para estos días, y con gran pesar debo repetirle al Sr. Lupus que él no me tiene sino que yo lo tengo él.
¿Quién se puede dar el lujo de viajar en tiempos de pandemia?
Luego de ese día en que negué un par de horas la realidad y en que lloré sin control, no he vuelto a estar triste. Aunque el viaje tuvo momentos que no me gustaron, lo disfruté; de los viajes salen grandes historias, experiencias, fotografías, paisajes inolvidables; ayudan a valorar lo que se tiene, las personas con que se cuentan y siempre, son un buen plan para crecer espiritual y mentalmente.
Lo mejor: comí gratis, dormí con aire acondicionado, me bañé con agua caliente, leí 3 libros sin riesgo de ser interrumpida, tuve todos los días una cama limpia, impecable y bien tendida y valoré mucho más el cafecito que me tomo cada tarde en mi casa. Las videollamadas me alegraban el día, conocí a mis verdaderos amigos, me aislé de la realidad mundial que casi o nada me gusta y pude disfrutar desde mi habitación toda una semana de feria del libro llena de charlas literarias que aumentaron mis ganas de salir de allí de la mejor manera.
Lo malo, qué puedo decir; de lo malo salen muchas cosas buenas. Y sí, tal vez algunas cosas encajan perfectamente en esta categoría; podría mencionar que extrañé mi cama, que no hubo nada interesante que ver en la tele, que me despertaba muy temprano cada mañana a tomar un coctel de medicamentos de muy mal sabor y que no soportaba el chillido de las máquinas las 24 horas. Pero con el paso de los días sabía que llegaría el check out, y que como en todo viaje, me esperaba un amoroso abrazo de mis papás, un rico plato de comida casera y mi amplia cama para descansar.
Definitivamente, todo viaje vale la pena. Viajar es vivir; me hubiese arrepentido de no haberlo vuelto a intentar.
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