Efectos post-pandemia
Desde el mes de julio he estado experimentando sentimientos que al principio, por mero desconocimiento dejé pasar y por lo tanto, me culpaba e irritaba conmigo misma. Hace dos días, entendí de qué se trata y no sé si alguien más lo ha vivido en menor o mayor grado, pero quizás exponiendo lo que he sentido y lo que he podido leer al respecto, entendamos que la pandemia no solo mató e infectó de covid-19 a muchos, sino que trajo consigo consecuencias psicológicas y físicas para los sobrevivientes.
Después de la pandemia
Es posible que todos hayamos perdido personas cercanas por coronavirus. Yo perdí dos primos y supe de familiares de mis amigos que de alguna manera, también me afectaron. Imposible ser indiferente, no llorar, no orar por ellos; mis miedos más profundos salieron a flote y mentiría si dijera que no he tenido una que otra noche en vela. Si murieron tantos sin comorbilidades, pensar en salir a cualquier actividad regular de mi vida, se eliminó por completo. El Sr. Lupus es bien conocido por mi, pero no sé cómo se comportaría en caso de que llegara un virus a hacerle compañía.
Desde la segunda semana de julio tenía pendientes varios exámenes médicos: tuberculina, placa de tórax y cambiar lentes. De hecho, un día después de su asignación, fui a mi segunda dosis y pude disfrutar de cinco horas de grandes historias. Todo normal. Salir a asuntos médicos es parte de mi vida. Alistarme y salir, era todo lo que debía hacer. Pero no pude.
Ubiqué los centros médicos, tomé en la mano mi bolso y al llegar a la puerta para salir de mi apartamento, sencillamente, no pude. Lo intenté al día siguiente, pero no pude. Lo dejé para el viernes, pero no pude. Modifiqué el día cada día, pero nunca pude.
¿Por qué no puedo?
Aun escribiendo estas líneas, mi corazón se acelera. Al parecerme una total tontería sentir tal miedo a salir sola, como si no lo viniese haciendo hace más de veinte años, no le conté a nadie; sin embargo, la sensación de ahogo, el mareo, la boca seca, el sudor excesivo, al ansiedad, la visión borrosa y un miedo impresionante sin aparente razón, se apoderaban de mi desde el momento en que cerraba la puerta. Solo cuando desistía de la salida, estos síntomas cesaban.
¿Por qué no puedo? ¿Qué sucede? ¿Miedo a qué? ¿Requiero un medicamento nuevo? ¿Tengo que consultar a mi psiquiatra? ¿Si le cuento a alguien, me creerá?
Agorafobia post - pandemia
Ese miedo incontrolable acompañado de palpitaciones, sudoración, hormigueo, entre otras situaciones ha generado un síndrome a raíz del coronavirus: el síndrome de la cabaña.
Hace dos días, tomé un taxi y al bajarme en plena avenida, sentí que moría. La sensación de estar en peligro, de que la gente me perseguía, que me contagiaría, me llevó a un ataque de pánico. Decidí contárselo a un gran amigo, que de seguro me daría luces. Es escritor y un gran lector, así que, no esperaba menos de él; seguramente me remitiría a algún sitio web, me relataría una experiencia cercana o me diría alguna palabra lógica.
"Me ha sucedido en un nivel bajo, pero lo entiendo". Su respuesta me alivió. Comprendí que no estaba sola y que ya tenía un nombre médico. Puede afectar a los niños y justamente hoy me enteré de la hija de una amiga de mi hermana, una chiquita de menos de diez años que se niega a salir de su casa; no quiere hacer deporte, volver a la escuela ni salir con sus papás al centro comercial. Llora y tiene ataques de pánico cuando abren la puerta de su casa.
El síndrome de la cabaña está entre nosotros, en diferentes niveles y momentos. La buena noticia, es que se puede salir de él, pero hay que tener valor para enfrentarlo. Hoy lo hice. Tuve que salir a buscar mis resultados médicos y fui sola. Solamente sentí sudoración pero en menos cantidades. Algo de sed, pero decidí mirar de nuevo a cada persona que me encontraba en el camino; identificarlas como seres que no me van a atacar, que de seguro también luchan con sus propios demonios.
Confinarme en casa por más de un año y medio me produjo una sensación de alivio, de tranquilidad frente al virus. Me he negado a cualquier evento y mi vida se ha solucionado mediante la virtualidad: compras, pagos, reencuentros con amigos e incluso celebraciones familiares. Ver morir a mis primos, enterarme de la muerte de más de cinco miembros de la familia de una amiga, de la muerte de la mamá de otra, y de miles de casos que inundaron por varios meses las redes me hicieron sentir que mi decisión de estar en casa, era la mejor. Ahora debo afrontar los efectos del confinamiento.
Me caracterizo por vencer miedos y salir victoriosa de las crisis lúpicas. Mi misión hoy, es no dar mi brazo a torcer. El síndrome de la cabaña será una historia más en mi vida pero no la determinará. Difícil o no, cada día me dará su respuesta. Abrirme y hablar con alguien fue útil y pude encontrar las respuestas.
Si alguien cercano a ustedes está presentando alguno de estos síntomas, no hay motivos para criticar. Escucharlo e informarse, le ayudará también.
"Y lo que falta...", concluyó mi amigo escritor. Pero de eso escribiré otro día.
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