¡Es hora de volar!
Hace unos meses escribí sobre una amiga que aprecio mucho, pero que me tenía un tanto contrariada por la manera en que llevaba su vida. Trabajamos juntas por varios años, y aunque la situación laboral no era la mejor, continuaba fielmente allí, con miedos a emigrar y conocer lo que la vida le podría brindar solo si tomaba la decisión de arriesgarse. Hoy vuelvo a escribir sobre ella, porque de nuevo es un ejemplo más, de que en menos de dos meses la vida puede dar un giro inesperado, pero para que el péndulo comience a girar, necesita de nuestro propio empujoncito.
No cabe duda que cuando aparece un supuesto problema, comenzamos a movernos. Luego de que el colegio anunciara que cerraría sus puertas, a mi amiga no le quedó más opción que buscar un nuevo empleo. Sé que antes ya lo había buscado, pero quizá siempre en su interior supo que ya tenía algo "seguro" y que si no llegaba un nuevo trabajo, no pasaba nada, igual, ya tenía uno.
Así suele suceder siempre. No cuidamos la salud hasta que el médico dice un buen día que tenemos una grave enfermedad; que debemos ser medidos con la sal, con los azúcares, con las harinas. Lo hemos sabido siempre, pero como todo funciona aparentemente bien, no acatamos tales consejos; al fin y al cabo, lo que nos prohíben es lo más delicioso. También sucede con las relaciones amorosas; cuando vemos la amenaza de un tercero, comenzamos a ingeniar mil maneras de recuperar lo que ya está perdido. Estamos acostumbrados a llegar al límite de cualquier situación para comenzar a actuar.
De igual forma, mi amiga comenzó a hacer cambios. Organizó su hoja de vida, buscó, buscó y buscó hasta que finalmente, un colegio la llamó. Eso no significaba nada. Las entrevistas vienen y van, pero no garantizan que el empleo es nuestro. Así que cuando me escribió aquella mañana a contarme lo de su entrevista, deseé que si era un buen colegio, vieran en ella su alto potencial, si no, que fuese una experiencia más.
En la tarde me escribió a decirme que el trabajo era suyo. Un buen colegio, mejor horario y me supongo, mejor sueldo.
Conclusión.
Lo único que necesitamos es algo que nos mueva: la pérdida de un trabajo, una enfermedad, una infidelidad, una quiebra, lo que sea, para despertar de ese letargo eterno en el que vamos viviendo llenos de inconformismos pero que terminamos aceptándolo porque nos creemos ese cuento de, "es la vida que me tocó". Y pasa el tiempo, envejecemos, y los miedos crecen a tal punto que pensamos que no merecemos.
Casi 20 años en ese colegio,con un sueldo menor al que merecía, con un horario extendido incoherente a su salario, meses sin recibirlo, malas palabras, humillaciones... si la única manera de despertar era esta, bienvenida sea.
Siempre he creido en su talento, en sus habilidades, en sus capacidades como maestra, pero no es suficiente. Cuando estamos en ese letargo, lo que digan los demás nos parecen meros halagos. Y es indescriptible la emoción que sentí, al enterarme que para mi amiga, ese ciclo había terminado. Que entenderá muy pronto que sí merece, que no es la vida que le tocó sino la que había decidido vivir. Que cuando se cierran los ciclos, otros llegan; que lo que pensó, era un problema, fue la mejor oportunidad del año. Que eso que tanto había estado pidiendo al cielo, finalmente se dió.
Estoy completamente segura que para los demás profesores, también será una gran oportunidad; quizás algunos la aprovechen más que otros, pero si no se cierran ciclos, nada nuevo llegará.
¡Es hora de volar, mi amiga!, pero hay que estar preparada para seguir volando; cada ciclo es diferente en duración, y cuando sientas que vuelve ese letargo, ¡emigra sin miedo! Si pudiste hacerlo una vez, puedes cien veces más.
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